Quiero comentar este libro de Alan Mills, llamado Escalera a ninguna parte. No como análisis literario, no como interpretación sociológica, más bien desde mi circunstancia de leedora. Por ello lo que voy a compartirles son las ideas, recuerdos, imágenes y sentimientos que experimentaba al leerle.
Y es que la obra literaria es quizá la más susceptible de ser expropiada a sus autores. Sólo pertenece a quien le da la vida, en su gestación; es el hijo en el vientre que, cuando nace, tiene a sus apellidos como única referencia a sus orígenes, pero una vez vista la luz ya es del mundo. Y entonces cambia.
Y desde su primera respiración fuera del vientre materno, con cada persona con la que se relaciona adquiere un nuevo significado.
De ahí que con mi lectura, Alan como autor queda desposeído de su obra, pues al llegar a mis manos, como a cualquier par de manos, al llegar a mis ojos, como a cualquier par de ojos, al toparse con mis sentimientos, al escarbar mis recuerdos y al revivir mis experiencias, el contenido de este libro cambia lo que era cuando nació.
Y se convierte inevitablemente en lo que yo quiero, dice lo que yo quiero que diga, se interpreta como yo quiero interpretarle, aunque no lo quisiese su autor. Y desde mi lenguaje, desde mis arquetipos y desde mis miedos, aunque no lo quisiese yo.
Sentimiento primero: la vivencia del tiempo
No me puedo detener, comencé a leer y no encuentro pausa. La busco, busco la puntuación, la coma, como para encontrar en las formas convencionales del lenguaje, el refugio en lo conocido. Pero no encuentro nada de esto, el libro todo es una narración sin una sola pausa.
Después de muchas páginas de lectura sin descanso, siento que las páginas leídas de vertiginosa manera son el mismo escenario de la vida que vivo en este preciso momento, la del sentimiento compartido por la red-mundo: en la velocidad con la que transita el tiempo hoy, quisiera encontrar a diario pequeños descansos para repensar, reflexionar, enmendar, cambiar de rumbo, o tan siquiera respirar. Pero la vida transcurre de prisa y sin pausas.
Siento que Alan le imprime al texto una velocidad que angustia, para contextualizarlo a uno en el espíritu de esta época.
La incertidumbre
Es un cambio total en mi costumbre lectora, un cambio a una forma de lenguaje que no creía posible, un cambio de golpe. Sin transición y sin dar explicaciones.
Es entonces un texto tan incierto como ha resultado que es la realidad, de acuerdo con los nuevos paradigmas de la ciencia; no le da a uno ni una pista, ninguna certeza para imaginar lo que vendrá. Porque no es un texto que esté escrito desde una temporalidad lineal, no hay una historia, con un principio, con un desarrollo y un final.
Lo oculto y lo visible
No puedo prefigurar a los personajes. Parece que el Desflorado es el personaje central, en un lugar llamado Guatepeor. Pero al igual que en Guatemala, en Guatepeor emergen y se ocultan a la vista pública, de manera intermitente, muchos personajes centrales. Como unas doñitas que se juntaban a tomar cafecito: “doña Chupi prima de doña Lucas y de doña Valiente”, las que, según cuenta Alan, cuando les entraba la comezón “se la quitaban rascando a machetazos los cuerpos ajenos”.
Ésta y otras partes de las historias, me regresaban constantemente a mi propia experiencia de la guerra, y a los relatos de masacres, desapariciones y torturas vividas en este país. Y también a los discursos de naturalidad de sus hechores, que la predicaban como un acto de amor por Guatemala.
Multilingüe de pensamiento
Este libro se expresa en muchos idiomas: en el español de Guatemala y el universal, pero también tiene frases que no pueden ser dichas más que en inglés, porque Guatepeor está inserta en la globalización. Es también bilingüe en maya k’iche’ y “castilla”, un idioma parecido al castellano que todo mayahablante domina cuando está aprendiendo el español.
Este bilingüismo de Guatepeor se parece al de Guatemala, porque es bilingüe de pensamientos duales, contradictorios, amarrados pero en lucha interna. O podría ser la dualidad incluyente del pensamiento maya. Esto se siente en la escena adonde me lleva de paseo un domingo, por el parque central, donde se mezclan los consejos de “Kama Sutra popular” con el milenarismo fatalista de los pastores evangélicos y la pasarela de la moda en la tradición de las mujeres indígenas. “K’i tat ¡quitate!”, dice dos frases juntas en dos idiomas, que son contrarias pero que suenan igual: “k’i tat” = “rico señor”, en k’iche’; “quitate”, en español.
Pero la visión más impactante de este bilingüismo de pensamientos contradictorios, es mi capítulo favorito: “RICOSABROSODELICIOSOYEXQUISITO”, escrito en “castilla”, donde Alan relata una historia que transcurre entre el amor y el desprecio, el vínculo sexual y la decepción amorosa de la “shumita de oro” con el “canchón de río”, entre la mujer indígena y el soldado ladino. En esta historia el sexo por amor es derrotado por la violación masiva de la guerra.
Al final: aprender a no llegar a ninguna parte
Si leo el final parece como que comienza, si leo al principio parece como que termina. De verdad parece una escalera, se la puede poner al derecho o al revés, lo leo de atrás para adelante y de adelante para atrás y cada capítulo es una historia en sí misma que no necesita ir al principio del libro para entenderse. Juntas todas las historias de este libro hacen una sola pintura que es como la totalidad del mundo, hecha de fragmentos que están articulados.
Para concluir mi comentario, quiero decir que este libro me dio mi dosis de recordación, de violencia, de sexo, y también de esperanza. En una parte del texto, Alan escribe que alguien montó la escalera a ninguna parte para que cualquiera pueda subirse, pero nadie lo intenta pues no tiene final previsible. Eso me puso a pensar que en Guatepeor nadie quiere asumir la incertidumbre de nuestro tiempo. Les incomoda su presencia, porque era más fácil creer que la escalera nos llevaba a un lugar. Y explica Alan que los niños sí la suben y bajan, “le encuentran sentido a caer en el vacío del que siempre hay Renacimiento”. Entonces pienso que todos los que han nacido en la incertidumbre, caen en sus trampas, en sus vacíos, pero de tanto subir y bajar, le descubren sus circuitos, su lógica de funcionamiento, que es lo que eternamente les permitirá renacer.
Saríah Acevedo.
Guatemala, 21 de julio de 2010.
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