Presentación de Síncopes (Lima: Zignos, 2007; México: Literal, 2007; Bolivia: Mandrágora Cartonera, 2007)
de Alan Mills
Por Héctor Hernández Montecinos
Quizá sean todos los fracasos de nuestras historias latinoamericanas, las hambres, las dictaduras de izquierda o derecha, la ignorancia, el Estado, la televisión, la pésima distribución de las riquezas, las fobias sin excepción, la delincuencia, todo esto sumado, multiplicado, restado y dividido lo que ha dado un contexto catastrófico en las sociedades civiles para que en tan distintos países estén apareciendo poetas jóvenes con obras tan radicales, duras, sucias, terribles, conmovedoras, poderosas, honestas, arriesgadas, sinceras y sobretodo escritas sin el menor miedo.
Estos poetas se vislumbran como anómalos en sus tradiciones respectivas, y por tal se ha intentado un silenciamiento desde las academias y las posiciones más rígidas de los establishments locales, sin embargo estos contextos nómades y aciagos han resultado ser el escenario de una guerra simbólica que la poesía como género en extinción ha podido vislumbrar como un momento singular en la materialidad misma de las escrituras de hoy.
El fin de la poesía deviene su propia autorreflexión y la búsqueda incesante de sus propias posibilidades, de allí que hablar de su término no sea más que una metáfora para nombrar sus laberínticas entradas y salidas. La muerte no es fin sino pura conversión, eso ya lo sabe el autor que no ha desaparecido jamás sino que sólo se ha desplazado de ser un nombre a una función dentro de la escritura. Ficción, ficción y ficción hasta el agotamiento, esa pareciera ser la coordenada mutante de lo que se está escribiendo ahora. La ficción hace aparecer una desaparición, y por tal toda obra es ficción en el sentido de que la escritura es el trazo de lo que no volverá a ser lo mismo. La ficción es más real que la vida porque no se queda ni un momento en paz. No camina, sino que vuela, no habla sino que susurra gritos que nadie escucha pero todos saben que existen, porque la poesía por tal ha triunfado, aún es la voz de los muertos, aún es un habla desconocida que el mercado no ha podido comprar, aún la lengua poética no es madre ni padre, a lo sumo hermana, hermana muerta de un niño que todavía no nace.
Síncopes de Alan Mills (Ciudad de Guatemala, 1979) es una de esas voces que desde lo más oscuro de la realidad deambula por las ruinas de cualquier ciudad, pues todo el occidente está en ruinas y ese es su esplendor. Mills lo sabe y por tal las hace brillar con un lenguaje descarnado, desolador, emotivo y desafiante. Este libro si algo expele es vida, entendiéndola en el peor sentido que pueda tenerse de ella, es decir una no muerte, y desde esa agonía empírica que se enmarca en la catástrofe global es que la radicalidad de estos textos pasa por el simple hecho de cerrar los ojos, estirar la mano y dejar que el lápiz hable toda la noche y el autor sólo recuerde esa noche en vela que es el poema.
Síncopes es sin duda este largo insomnio donde las voces se montan unas con otras y a la vez nadie, pero todos hablan. Es el reino de los muertos, y sus voces sumadas son la luz de una cotidianeidad que de tan próxima es aterradora y fugaz. Mills escribe con sangre una pesadilla colectiva que todos hemos permitido, y quizá, hemos deseado, pero al poder contemplarla como texto se nos convierte en una crónica fantástica del día a día. Pliegues de cuerpos, deseos proliferantes, territorios que huyen, y una discursividad clínica que parodiza al lector figurizándolo como madre, hermana, doctor, amigo, pues tal vez esta invención metafórica del lector sea la mayor penetración que un poema pueda llevar a cabo. Nada se construye en el papel, pero sí en las nuevas formas de cómo leer, de cómo entender lo que se lee o dejar de entenderlo.
Síncopes es parte de estas nuevas escrituras que ponen cortapisas a ese lector burgués que acumula sentidos detrás de cada palabra y que buscan en los versos preguntas que hacer a la sociedad. Este libro se ríe de eso y le da la espalda a los ojos que lo leen, él discurre, habla consigo mismo, se burla, insulta, llora, se va y vuelve y todo y nada ha cambiado de lugar. Los Megatemplos aparecen y desaparecen en un zapping vertiginoso, la página en blanco es una gran pantalla donde vemos ficcionalizada la ficción y es lo más próximo a una realidad, a una crónica fuera del tiempo, a una carta de amor.
Síncopes es una carta de amor, sí, para nadie, escrita desde la muerte, desde donde todos pueden hablar y no hay jerarquías. Un amor a lo fugitivo, a lo que se desliza por entre los cuerpos, los lugares y los intersticios de las lenguas, las jergas, los coloquialismos y las más bellas malas palabras e incorrecciones del idioma. Alan Mills ha escrito una obra poderosa, iluminadora y peligrosa, porque ya en esta escritura no hay objeto sujeto ni dialécticas, sino que un coro siniestro que habla desde el más allá sobre un presente que para nosotros lectores es pasado y futuro a la vez. Como bien señala Raúl Zurita en la reseña que acompaña al libro, al lado de la gran poesía están las más terribles pesadillas renovadas, desde el mercado hasta la moral, y por ese hecho innegable es que Síncopes de Alan Mills es un ‘testamento futuro’ de la poesía latinoamericana, una perla negra y un triunfo, porque es la comprobación de una esperanza, un sueño que a todos nos concierne y que vemos crecer en Latinoamérica como una promesa que nunca nos hicimos pero que sí estamos viviendo.
Santiago de Chile, septiembre 2007
de Alan Mills
Por Héctor Hernández Montecinos
Quizá sean todos los fracasos de nuestras historias latinoamericanas, las hambres, las dictaduras de izquierda o derecha, la ignorancia, el Estado, la televisión, la pésima distribución de las riquezas, las fobias sin excepción, la delincuencia, todo esto sumado, multiplicado, restado y dividido lo que ha dado un contexto catastrófico en las sociedades civiles para que en tan distintos países estén apareciendo poetas jóvenes con obras tan radicales, duras, sucias, terribles, conmovedoras, poderosas, honestas, arriesgadas, sinceras y sobretodo escritas sin el menor miedo.
Estos poetas se vislumbran como anómalos en sus tradiciones respectivas, y por tal se ha intentado un silenciamiento desde las academias y las posiciones más rígidas de los establishments locales, sin embargo estos contextos nómades y aciagos han resultado ser el escenario de una guerra simbólica que la poesía como género en extinción ha podido vislumbrar como un momento singular en la materialidad misma de las escrituras de hoy.
El fin de la poesía deviene su propia autorreflexión y la búsqueda incesante de sus propias posibilidades, de allí que hablar de su término no sea más que una metáfora para nombrar sus laberínticas entradas y salidas. La muerte no es fin sino pura conversión, eso ya lo sabe el autor que no ha desaparecido jamás sino que sólo se ha desplazado de ser un nombre a una función dentro de la escritura. Ficción, ficción y ficción hasta el agotamiento, esa pareciera ser la coordenada mutante de lo que se está escribiendo ahora. La ficción hace aparecer una desaparición, y por tal toda obra es ficción en el sentido de que la escritura es el trazo de lo que no volverá a ser lo mismo. La ficción es más real que la vida porque no se queda ni un momento en paz. No camina, sino que vuela, no habla sino que susurra gritos que nadie escucha pero todos saben que existen, porque la poesía por tal ha triunfado, aún es la voz de los muertos, aún es un habla desconocida que el mercado no ha podido comprar, aún la lengua poética no es madre ni padre, a lo sumo hermana, hermana muerta de un niño que todavía no nace.
Síncopes de Alan Mills (Ciudad de Guatemala, 1979) es una de esas voces que desde lo más oscuro de la realidad deambula por las ruinas de cualquier ciudad, pues todo el occidente está en ruinas y ese es su esplendor. Mills lo sabe y por tal las hace brillar con un lenguaje descarnado, desolador, emotivo y desafiante. Este libro si algo expele es vida, entendiéndola en el peor sentido que pueda tenerse de ella, es decir una no muerte, y desde esa agonía empírica que se enmarca en la catástrofe global es que la radicalidad de estos textos pasa por el simple hecho de cerrar los ojos, estirar la mano y dejar que el lápiz hable toda la noche y el autor sólo recuerde esa noche en vela que es el poema.
Síncopes es sin duda este largo insomnio donde las voces se montan unas con otras y a la vez nadie, pero todos hablan. Es el reino de los muertos, y sus voces sumadas son la luz de una cotidianeidad que de tan próxima es aterradora y fugaz. Mills escribe con sangre una pesadilla colectiva que todos hemos permitido, y quizá, hemos deseado, pero al poder contemplarla como texto se nos convierte en una crónica fantástica del día a día. Pliegues de cuerpos, deseos proliferantes, territorios que huyen, y una discursividad clínica que parodiza al lector figurizándolo como madre, hermana, doctor, amigo, pues tal vez esta invención metafórica del lector sea la mayor penetración que un poema pueda llevar a cabo. Nada se construye en el papel, pero sí en las nuevas formas de cómo leer, de cómo entender lo que se lee o dejar de entenderlo.
Síncopes es parte de estas nuevas escrituras que ponen cortapisas a ese lector burgués que acumula sentidos detrás de cada palabra y que buscan en los versos preguntas que hacer a la sociedad. Este libro se ríe de eso y le da la espalda a los ojos que lo leen, él discurre, habla consigo mismo, se burla, insulta, llora, se va y vuelve y todo y nada ha cambiado de lugar. Los Megatemplos aparecen y desaparecen en un zapping vertiginoso, la página en blanco es una gran pantalla donde vemos ficcionalizada la ficción y es lo más próximo a una realidad, a una crónica fuera del tiempo, a una carta de amor.
Síncopes es una carta de amor, sí, para nadie, escrita desde la muerte, desde donde todos pueden hablar y no hay jerarquías. Un amor a lo fugitivo, a lo que se desliza por entre los cuerpos, los lugares y los intersticios de las lenguas, las jergas, los coloquialismos y las más bellas malas palabras e incorrecciones del idioma. Alan Mills ha escrito una obra poderosa, iluminadora y peligrosa, porque ya en esta escritura no hay objeto sujeto ni dialécticas, sino que un coro siniestro que habla desde el más allá sobre un presente que para nosotros lectores es pasado y futuro a la vez. Como bien señala Raúl Zurita en la reseña que acompaña al libro, al lado de la gran poesía están las más terribles pesadillas renovadas, desde el mercado hasta la moral, y por ese hecho innegable es que Síncopes de Alan Mills es un ‘testamento futuro’ de la poesía latinoamericana, una perla negra y un triunfo, porque es la comprobación de una esperanza, un sueño que a todos nos concierne y que vemos crecer en Latinoamérica como una promesa que nunca nos hicimos pero que sí estamos viviendo.
Santiago de Chile, septiembre 2007
Imagen: Erick González