17 oct 2007

PATRIA PORTÁTIL

Presentación de Síncopes (Lima: Zignos, 2007; México: Literal, 2007; Bolivia: Mandrágora Cartonera, 2007) de Alan Mills
por Rodrigo Flores

Síncope: Suspensión repentina de los movimientos del corazón y de la respiración, con pérdida del conocimiento. Síncope: Tomado del griego
synkópe, acortamiento, síncopa, colisión, desvanecimiento, derivado de synkópto, yo acorto, yo corto.

Escritura sincopada. Estructura suspendida. Lengua seccionada.

Síncopes: ¿Dónde comienza el verdugo y dónde la víctima?, ¿dónde la culpable escritura, dónde la parodia sádica? Escribir es magullar la lengua. La escritura: imperecedera transferencia de la violación: grafías y signos fuerzan la inmaculada página. Los límites entre víctima y victimario, entre violación y herida, entre trasgresión e interdicto, entre prosodia y habla, son cuestionados.

Alan Mills pone en juego esa lengua bastarda y tartamuda, producto de la imposición, y al hacerlo redimensiona el cuerpo del habla como objeto de proyecciones políticas. El cuerpo: “bastardo mío en mí me he parido y soy mi estirpe toda, este testamento sólo beneficiará a la muerte: mis palabras van a centellear en la nada, como violonchelista tocando sobre una trinchera, sí ya notarás que miento un poco”. Alan no distorsiona. Traduce un cuerpo político.

En el poema “Intensidad y altura”, César Vallejo testimonia la relación que tenemos los hablantes hispanoamericanos con un idioma que no es del todo nuestro: “Quiero escribir, pero me sale espuma,/ quiero decir muchísimo y me atollo”, y más tarde: “quiero laurearme, pero me encebollo”. Cuando Alan Mills clama: “chupá, lamé esta hinchazón del español” (Perlongher) está diciendo que cada vez que el guatemalteco habla reproduce esa violación, como victimario pero también como víctima. La imposibilidad de asumir plenamente la lengua está íntimamente relacionada con la imposibilidad de olvidar la historia, y específicamente, la historia de la violación: “doctor,/ voy a contarle algunas cosas/ que quisiera olvidar pero no puedo”. El duelo es permanente y desmesurado. Se articula como: “ficción de prójimo en llamas”, es decir como testimonio sacramental y simulacro dramático. Alan sabe que es imposible enunciar verosímilmente una historia como la de su país y recurre al travestismo de los hablantes tras el biombo de los Megatemplos bautistas, los kakchiqueles, el Popol Vuh, la Mara Salvatrucha, los kaibiles. Así, la lengua violentada deviene dialecto bastardo, secreto, poroso, maltrecho (P. 29).

Síncopes: Alan me ha hablado de su país. Alan me ha hablado de los asesinados en su país. Alan me ha dicho que los conflictos en Guatemala se parecen más a las guerras africanas que a los conflictos en Latinoamérica. Alan me ha hablado de Asturias, de Monterroso, de Alaíde Foppa, de Rigoberta Menchú. En diciembre de 2006 viajé a Guatemala y visité el lago Atitlán que está custodiado por tres volcanes. Me impresionó el contraste entre ambos elementos, el volcán asociado al fuego, y el lago.


Síncopes: La lesión es histórica, no es mítica. Sin embargo, el hablante no pretende salir de la contusión, así como no puede ni desea desembarazarse de su relación con la lengua. “La Chingada es la Madre abierta, violada o burlada por la fuerza. El 'hijo de la Chingada' es el engendro de la violación, del rapto o de la burla”, observaba Octavio Paz a mediados del siglo pasado en El laberinto de la soledad. La enunciación no está asumida desde la posición del hijo descastado y vencido, deseoso de huir de su historia, que es la conclusión de Paz: “La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad”. Es más, el hablante de Síncopes no ocupa la postura del hijo, sino la de los padres, el violador y La Malinche, el gozo angustiado y la culpa cínica: “a ver, una niña de ojos achinados camina en la sexta avenida, se llama malintzin pero no lo sabe, últimamente le está costando conciliar el sueño pues tiene pesadillas con indios que le hacen el amor por Amor”.

Síncopes: territorio móvil, enunciación portátil. La prosa como espacio de mutación. El libro como cavidad inestable: “a) mi destino para el poema sería un pueblo que ya no existe, b) mi destino para el poema sería un pueblo que todavía no existe”. Xokomil varado en los belfos, atravesando el paladar.

Imagen: Erick González